sábado, 6 de febrero de 2016

LOS JÓVENES :LA AUTOESTIMA, EL ALCOHOL Y LAS OTRAS DROGAS

 Autoestima es la valoración positiva o negativa que una persona hace de sí misma en función de los pensamientos, sentimientos y experiencias de un modo general, al valor que una persona se da a sí misma. Durante la adolescencia era habitual encontrar problemas de autoestima que es la forma fina actual de quererse y respetarse. Es un periodo de crecimiento y desarrollo personal en el que el grupo de iguales, la familia y los medios de comunicación ejercen una fuerte influencia en la valoración propia, no se trata únicamente del valor que se le da al aspecto físico, sino también a la propias capacidades y habilidades deportivas, intelectuales, sociales etc...Las expectativas de los otros, las comparaciones y los referentes personales pueden ejercer una fuerte presión y generar inseguridades en el adolescente en esta época de cambios. La anorexia y la bulimia, por ejemplo, están relacionadas con la imagen y al valor que una persona se da, en muchas ocasiones para tratar de agradar a los demás o encajar en el grupo de amigos necesita recibir un refuerzo para aumentar su autoestima al sentirse inseguro, insatisfecho o muy sensible a las críticas, esa actitud negativa en muchos casos le da pie a comenzar experimentando con el alcohol, el tabaco, los porros y otras clases de drogas duras o sintéticas etc. La adolescencia es el tiempo de probar cosas nuevas. Los adolescentes usan el alcohol y las otras drogas por varias razones, incluyendo la curiosidad, para sentirse bien, para reducir el estrés, para sentirse personas adultas o para pertenecer a un grupo. Es difícil el poder determinar cuáles de los adolescentes van a experimentar y parar ahí, y cuáles van a desarrollar problemas serios. El uso de las drogas y el alcohol los jóvenes está asociado con una variedad de consecuencias negativas, que incluyen el aumento en el riesgo del uso serio de drogas duras más tarde en la vida, el fracaso escolar, el mal juicio que puede exponer a los adolescentes al riesgo de accidentes, violencia, relaciones sexuales y el suicidio. Las drogas y el alcohol son sustancias cuyo consumo puede producir dependencia, estimulación, depresión del sistema nervioso central, o bien influir en el comportamiento o el ánimo, sobre todo en edades comprendidas entre los 14 y los 21 años, en las que se inician con estas sustancias, La cuestión primordial y el gran problema es que para pasar de “controlar” a estar “enganchado”, hay sólo un paso, una débil línea que no sabemos cuándo la vamos a cruzar. A ello hay que añadir que los adolescentes tienen la errónea percepción de que es tan peligroso consumir un paquete de tabaco diario como consumir alcohol, cocaína o heroína esporádicamente. Así que hemos de poner en marcha una estrategia para ayudar a conocer mejor las consecuencias del consumo de tabaco, alcohol y otras drogas, pondremos como la más significativa la prevención en un lugar prioritario ayudado de una buena educación  y sustentarla en una información objetiva, veraz y rigurosa sobre este complejo fenómeno. La información es un recurso necesario para tomar decisiones inteligentes, informadas, autónomas, ante cualquier desafío (las drogas, en este caso). Los riesgos reales proceden de la ignorancia. No hay elección libre sin un saber adecuado. Una sociedad más culta, más informada y mejor formada sobre las drogas, será más capaz de convivir en un mundo en el que éstas existen, reduciendo el riesgo de establecer con ellas relaciones conflictivas.


miércoles, 3 de febrero de 2016

LA RECAIDA : LAS TRES COSAS PARA QUE NO OCURRA

Las recaídas en una dependencia alcohólica suelen venir, no por todas las puertas que cierras en recuperación, sino por la única que te dejas abierta, normalmente suelen estar preparadas por el enfermo puesto que de las ayudas que recibe se va dejando alguna en el camino, esto dicho así parece muy sencillo de entender, pero para nosotros los enfermos que sufrimos esta adicción tan sibilina que busca cualquier lugar por el que poder entrarnos, no es tan fácil. En muchas personas a veces, el hecho de llevar un tiempo en recuperación y que todo vaya sobre ruedas nos puede producir una falsa sensación de seguridad de que ya lo tenemos todo bajo control, que a su vez, nos hace bajar la guardia y no darle la importancia a determinadas cosas, situaciones o lugares, como se la hubiésemos dado en el comienzo de nuestra puesta en abstinencia. Por eso son tan importantes los grupos de autoayuda, para que nos hagan ver aquellas cosas que muchas veces por descuido o falsa seguridad, no somos capaces de calcular en su justa medida. Asi que además para dejar el consumo y no volver a consumir alcohol hay que tener presente tres cosas que en los grupos de autoayuda se “machacan” un día tras otro:
Así, pues empezaremos diciendo, que en vez de fuerza de voluntad hace falta conocimiento.
El conocimiento empieza por saber que el alcohol es dañino. Pero esto ya lo suele saber el alcohólico, porque lo ha experimentado en su propia carne. Lo que él desea es que le aclaremos el camino para apartarse de él.
Es muy frecuente que el alcohólico crea que, gracias a un tratamiento médico, va a ser capaz de poder beber moderadamente. Casi todos los alcohólicos desean seguir bebiendo, pero sin exceso. Y es necesario desengañarles en principio. La experiencia médica demuestra que un alcohólico es incapaz de beber moderadamente. Con una gran fuerza de voluntad, podrá aguantar unos pocos días, una semana, un mes, bebiendo moderadamente. Pero el camino vertical de la fuerza de voluntad conduce a la caída en el abismo. Al cabo de días o de semanas de beber moderadamente, el alcohólico vuelve a beber en exceso, como antes, pero además carga con un nuevo fracaso que lo desmoraliza aún más.
Por lo tanto, ya tenemos un punto bien señalado: el alcohólico ha de saber que el único camino es dejar de beber del todo.
Otros enfermos, aun convencidos de esto, pretenden quitarse de beber, poco a poco. ¡Engaños del alcohol otra vez! Este «poco a poco» que parece tan fácil es, en realidad mucho más difícil: es imposible. El enfermo ignorante que emprende esta vía, también a base de fuerza de voluntad, se agota en su lucha cotidiana contra el hábito de beber. Cada día bebe, en efecto, un poquito menos que el anterior, hasta que, agotado por el terrible esfuerzo de subir a pulso, sus músculos ceden y cae al abismo: en este caso a desquitarse, mediante una borrachera fenomenal, de las angustias de la lucha pasada.
Y peor aún: Confirma así su cómoda teoría de que él es incapaz de abandonar el alcohol y justifica así el seguir bebiendo. Por lo tanto, ya tenemos señalado el segundo punto: el alcohólico debe saber que el único camino es dejar de beber de repente. Por último, hay algunos enfermos que, sabiendo que han de dejar el alcohol del todo y de repente, abrigan la esperanza de curarse algún día y poder volver a beber con moderación en el porvenir. El alcoholismo propiamente dicho, la pérdida del control sobre la bebida no se cura nunca. Queda, como si dijéramos, aletargado. Pero, en el momento en que el enfermo vuelva a probar una gota de alcohol, el demonio del alcoholismo se despierta.
Es como si el miope que tiene que llevar gafas por fuerza, en algún momento notando que ve bien, se creyera curado y tirara sus gafas. Se encontraría con la desagradable sorpresa de que sigue siendo miope y ve menos que un pez por el culo. Lo mismo sucede a los alcohólicos cuando, después de varios años sin beber, vuelven a tomar una copa, un vino o una caña. Pronto tienen ocasión de comprobar, con mucho dolor en general, que siguen siendo igual de alcohólicos que antes.
Esta penosa comprobación puede ser rápida o lenta. A veces, el alcohólico que bebe después de una temporada de abstinencia siente de pronto tal ansia de alcohol que, inmediatamente después de la primera copa, sigue bebiendo hasta la embriaguez total. Pero lo corriente es que la recaída sea más solapada. Después de una temporada de no beber, el alcohólico, un día, creyéndose curado o pensando que la cosa no tiene importancia, se toma una caña de cerveza.
Naturalmente, no le sucede nada de particular, y se va a su casa convencido de que, de vez en cuando, se puede tomar una cerveza. Pronto se vuelve a presentar la ocasión, y cada vez lo hace con mayor frecuencia. Y poco a poco, el alcohólico retorna a sus viejos hábitos como si el tiempo no hubiera transcurrido.
Y éste es el tercer punto que ha de saber el alcohólico: es menester dejar el alcohol para siempre.
Para curarse, el alcohólico debe dejar de beber del todo, de repente y para siempre. Si el enfermo se desengaña a estos tres respectos, o sea, si sabe el modo de dejar de beber, lleva ganada la mitad del camino. Pero la otra mitad es dura: ¿cómo cortar del todo y de repente con el alcohol?