Es una de esas
leyes inmutables que aprendemos de nuestros padres y abuelos cuando somos
jóvenes: si estás tomando
antibióticos, no puedes beber alcohol. En este caso la recomendación
tiene su razón de ser, pero ¿qué pasa si bebes alcohol estando en tratamiento?
La respuesta es: depende del tratamiento.
Si la sabiduría
popular recomienda no mezclar alcohol y antibióticos es porque hay algunos antibióticos que reaccionan terriblemente mal con
el alcohol. No es que si los mezclas vayas a morir, pero probablemente lo pases fatal. Algunos
de estos antibióticos severamente contraindicados son:
Metronidazol:
Este antibiótico de amplio espectro se puede usar tanto para infecciones de las
vías respiratorias como dentales o ginecológicas. Mezclado con alcohol puede provocar cólicos, náusea,
cefalea, diarrea y alteraciones vasomotoras.
Tinidazol: los médicos recomiendan no
tomar alcohol incluso tres días más tarde de haber terminado el tratamiento con
timidazol. Entre los síntomas de mezclar están malestar estomacal,
vómitos, retortijones, cefaleas, transpiración excesiva y rubor (enrojecimiento
de la cara).
Linezolid: el problema de este
antibiótico lo comparten muchos otros. Mezclado con alcohol puede
producir somnolencia excesiva, mareos y dificultad para concentrarse. Nada
de esto es deseable y puede llegar a ser un peligro si o combinaos con actividades
como manejar un vehículo.
Existe la creencia de que el
alcohol disminuye la efectividad de los antibióticos. Aunque no es
universalmente cierto, sí que puede ocurrir para fármacos como la doxiciclina.
Doxiciclina:
tanto la doxiciclina como el alcohol se metabolizan en el hígado. Eso significa
que si añadimos alcohol a un tratamiento con este antibiótico, nuestro
hígado tendrá exceso de trabajo y la concentración del medicamento en el plasma
de la sangre se verá rebajada, reduciendo su eficacia farmacéutica. En casos
graves, la doxiciclina mezclada con alcohol puede causar somnolencia, cefaleas,
desorientación, alucinaciones, calambres y alteraciones del ritmo cardíaco.
El problema general del alcohol es
que interfiere con la eficacia de nuestro propio sistema inmune. Hay
varios estudios que lo confirman. El resultado, a la postre, es
parecido al de la sabiduría popular. Tomar alcohol mientras estamos en
tratamiento con antibióticos puede alargar el tratamiento porque el
alcohol hace que nuestro organismo no funcione al cien por cien. Por supuesto,
todo esto se agrava si la persona que mezcla alcohol y fármacos es mayor o
tiene su salud deteriorada de alguna manera.
¿Hay algún antibiótico que se pueda
mezclar con alcohol? Ninguno que un médico en su sano juicio pueda recomendar.
La Amoxicilina interactúa menos con el alcohol, pero si nos
pasamos bebiendo vamos a tener los mismos efectos de nauseas, vómitos y
diarreas. Por una vez, y sin que sirva de precedente, la sabiduría popular de
nuestras abuelas es un buen consejo. Si te estás tratando una infección con
antibióticos, mejor no ingieras nada de alcohol hasta pasados unos días tras el
tratamiento. Y si no vuelves nunca a tomar alcohol mucho mejor así tendrás una
vida saludable y jamás tendrás problemas ni con los medicamentos ni con nadie.